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Contrariamente a lo que algunos piensan, siempre han existido las TIC, tecnologías de información y comunicación. Sin embargo, el término es relativamente reciente, amén de que es innegable que en el siglo XX y lo que llevamos del XXI experimentaron una implosión como nunca antes en la historia de la humanidad. Además, el arte siempre se ha servido de los avances tecnológicos y él mismo ha sido información y comunicación.

Una de las manifestaciones artísticas donde se ha expresado esta relación es el videoarte.

El videoarte tiene dos historias, ambas ligadas a la historia del siglo XX. La primera nace de la cinematografía, pues cuando el videoarte se propone contar una anécdota es evidente su cercanía con el cine. Pero cuando el videoarte es autorreflexivo, es decir, es un fin en sí mismo, se despoja de su carácter fílmico y constituye una obra artística visual autónoma.

David A. Ross narra cómo el artista coreano Nam June Paik fundó el videoarte al grabar la visita del Papa a Nueva York en 1965 y exhibirla en el Café Au GoGo de Greenwich Village.

Tal vez el origen del videoarte como obra plástica ocurrió dos años antes, en 1963, cuando el mismo artista coreano puso sobre un televisor unos imanes que alteraban la imagen y expuso su obra, Zen for tv, en la galería Parnasse de Wuppertal, Alemania.

El videoarte como género tuvo que competir en desventaja con la televisión y se convirtió en el hermano impopular y aburrido. Sin embargo, el videoarte hizo posible preocuparse del contenido personal, en vez de la acumulación de público. Richard Serra nos dijo que “la televisión suministra gente”, mientras que Shigeko Kubota nos aseguró que “el video es el vaciamiento del arte”.(Olivares, 2009: 24)

Por fortuna para el videoarte la monotonía se convirtió en un contravalor con significado propio en la cultura antisistema. Así, Andy Warhol filma una soporífera escena donde conversan personas alrededor de un dispensador de agua. Esta acción, como otras semejantes, marcaron la ruptura del género respecto de la televisión y le dieron aliento propio.

El video no era televisión, […] no constituía una prolongación del artilugio dominado por el espectáculo e instigador del consumo que nos inventó y nos consumió de forma simultánea. Era algo diferente. Podría ser, y a menudo lo era, aburrido. Tal y como Paik dijo rebosante de sinceridad fingida, “como la televisión es tan apasionante, nosotros seremos soporíferos”. (Olivares, 2009: 24)

El video se fue enriqueciendo con la manipulación del espacio, el tiempo y la intervención de otras artes como la danza y la representación (performance). El videoarte, como el collage , las instalaciones, el (la) performance, etc., rompió la delgada línea roja entre las artes, pero también respecto de la televisión, que dejó de ser meramente contemplativa para convertirse en un espacio interactivo y multimediático, ¡cincuenta años antes de que esta idea se hiciera cotidiana!

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el videoarte significó el inicio de las artes mediáticas contemporáneas, del multimedia, el videomapa, incluso la página web.

El libro Cien videoartistas es un excelente documento para conocer la obra, biografía y crítica de cien artistas que han cultivado el género. Aunque se enfatiza la presencia de la producción estadounidense (Bill Viola, Doug Aitken, Matthew Barney, Judith Barry, Dara Birnbaum), hallamos referencias de artistas finlandeses (Eija-Liisa Ahtila), turcos (Kutlug Ataman), franceses (Michel Auder), iraníes (Shoja Azari), españoles (Eugenia Balcells, Javier Codesal), hindúes (Manon de Boer), sudafricanos (Candice Breitz), británicos (Phil Collins), argentinos (Díaz Morales), alemanes (Marcel Odenbach), japoneses (Hiraki Sawa), chinos (Yang Fudong), etc.

El único videoartista mexicano reseñado es el belga radicado en México desde hace muchos años Francis Alys, cuya propuesta “hacer algo te lleva a nada, hacer nada te lleva a algo” (Olivares, 2009: 58), se materializa en obras como Paradoja de la praxis (1997), video performance donde empuja un bloque de hielo hasta convertirlo en una mancha de agua.

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REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

Olivares, Rosa Ed. (2009). 100 Videoartists 100 videoartistas. Madrid: Exit Publicaciones.