SEIKO VELASCO VILLANUEVA
Profesor de la Facultad de Artes y Diseño

En México la situación de violencia generalizada ha propiciado la emergencia de nuevas expresiones culturales que se corresponden con ésta realidad. La incidencia del narcotráfico sobre la sociedad mexicana ha calado hondo, a tal grado que ha propiciado la modificación de valores éticos y estéticos, facilitando la concepción de una subcultura basada en la violencia, la narco cultura, misma que se impregna de una estética kitshc en el ejercicio del poder basado en recursos materiales y simbólicos, donde la constante discursiva es la impunidad, al encontrarse por encima de la ley e imponer su propia justicia. En las siguientes líneas se realizará una descripción del proceso con que el narcotráfico, a través de su influencia económica, ha reclamado su propia identidad, transformando el imaginario social conformado al rededor del fenómeno narco desde los productos culturales montados en los medios de comunicación.

La iconografía adoptada por éste tiene dos posibilidades de representación; la primera es la hedonista, la cual propone la figura del traficante como un dandy. La segunda, correspondiente al sadismo, se ve concretada en la nota roja como subproducto industrial de sus actividades. La difusión y extensión de los dos tipos que a grandes rasgos engloban las probabilidad de representación del narco depende de los medios por los que se realice. La presencia de éste en México cobra mayor visibilidad en los años 1980, pero no es sino hasta la década de 1990, cuando los grandes capos de la droga se han repartido el territorio, que las historias de estos jefes se convirtieron en narrativas que cuentan, desde el video-home o el narcocorrido, las proezas y sacrificios fundacionales que permitieron la creación de esta estructura a la cual, Rossana Reguillo ha denominado la narco-máquina .
Las primeras expresiones culturales de esta tendencia eran incipientes así como los medios que tenían a disposición para su difusión, pero esta situación ha cambiado, actualmente se han diversificado y abarcado casi todos los medios de trasmisión, paulatinamente se han instalado en el imaginario, permeando un ecosistema de informaciones y productos culturales que envuelven a las personas en su diario devenir.

El día de hoy se puede hablar de una subcultura característica del narco que mantiene una relación de dependencia con el poder y control que la economía del mismo ejerce sobre los entornos en los que impera, por ello no es extraño ver el progresivo surgimiento de expresiones culturales, formas simbólicas y productos comerciales desarrollados en torno a él.
El poderío económico de esta industria ha transformando los estilos de vida de las personas implicadas directa e indirectamente en ella, puesto que las pocas posibilidades lícitas de desarrollo personal existentes en las pequeñas comunidades del norte de México, sino es que en la totalidad del país, dependen del narcotráfico que se ha convertido en la opción inmediata para cubrir necesidades básicas y conseguir satisfacciones, aún a costa de una muerte violenta. Este mundillo se ha construido sobre el dolor, un dolor que se ha arrastrado por generaciones en México, el dolor de la desigualdad social.

La riqueza generada por la industria del narcotráfico ha coercionado a las sociedades para ser aceptada, el capital económico traducido en derrama, ha propiciado su reconocimiento progresivo y posterior deseo. En la práctica han cambiado los valores éticos y estéticos en el campo de la interacción social, intercambiando la percepción negativa que en un principio se tuvo del narco por la de una figura positiva, si bien, ésta no es la percepción generalizada de la población, sí lo es de quienes participan de ella. Prueba de esto es la marcha ciudadana realizada de manera pacífica y simultánea en el malecón de Mazatlán y Culiacán en febrero de 2014, pidiendo la liberación de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, jefe del cartel de Sinaloa. Ante la noticia de su recaptura una parte de la población del estado se organizó de forma espontánea e independiente en pro del que consideran su benefactor.

La idolatría por el “Chapo” llevó a proponerlo como un posible candidato para la presidencia, claro está, un candidato independiente, candidato ciudadano promovido desde las redes sociales. En todo caso, en este “destape presidencial” se hace patente la aspiración popular por disminuir las marcadas diferencias sociales, denota el interés de un grupo de mexicanos que ven en el narco la posibilidad de movilidad social para escalar dentro de una estructura que tiende a lo vertical, por ello en la jerga de dicha cultura los neologismos creados, muchas veces por los medios, para referirse a los matones a sueldo o sicarios se ven ungidas de un aura de dandismo. De forma que, al buchón, lo caracteriza su consumo de wiski Buchanan`s, bebida que denota potencial económico; al alterado lo define su consumo de cocaína que además de mostrar una situación económica favorecida, indica a la violencia como forma deseable de conducta. En el caso del arremangado se encuentran depositados los valores deseables de las personas que trabajan en la industria del círculo mencionado, al mostrar arrojo, ser enérgicos y cabales al ejercer su poder.
Esta sociedad es una gran construcción aspiracional, casi utópica, como lo fue en algún momento cruzar la frontera en busca del sueño americano, con la diferencia de que a éste lo invade un profundo nacionalismo, una búsqueda de las raíces, exaltación del rancho y el caballo, las peleas de gallos, la fiesta y con ello el dispendio del dinero. En palabras de Heriberto Yépez, autor de La increíble hazaña de ser mexicano:
La narcocultura está gritando qué es lo que desea ser. Desea estar compuesta de hombres respetados y de mujeres deseadas; personas ricas y poderosas. Ellos quieren lo que todos deseamos. La narcocultura está dando salida a las aspiraciones de millones de seres. La narcocultura no es más que una exageración de los clichés del mexicano.
Esta visión del narco, como forma aspiracional, reviste a aquel que trasciende los límites de la ley de ahí que los narcocorridos sean, sin lugar a dudas, una de las máximas expresiones del capital de estos, su primera manifestación y el primer producto cultural que tuvo éxito, la simiente de las demás expresiones de esa cultura. Evidentemente no fueron las únicas muestras, sino que también se exhibieron en la arquitectura, la moda y la joyería. El término narco cultura podría extenderse a un tipo de literatura, programas de televisión, sitios en internet y videojuegos, que a pesar de pertenecer a diferentes medios repiten los relatos y personajes.

Tal es el caso de algunas narrativas que van de lo impreso a la pantalla chica, como La reina del sur, novela de Arturo Pérez Reverte, producida por Televisa y protagonizada por Kate del Castillo, la cual, según la crónica popular, era seguida por el jefe del cartel de Sinaloa, “El chapo Guzmán”, gran admirador de la actriz.
Un proceso similar se da con la historia de Walter Withe o Heisenberg, personaje principal de Breaking Bad, serie popular de procedencia estadounidense, donde se narra la historia de un maestro de química a nivel secundaria que se convierte en el capo de Nuevo México, enfrentando incluso a los carteles mexicanos. El programa se expresa con sonoridad a través del narcocorrido Negro y Azul: The Ballad of Heisenberg, escrito e interpretado por Los Cuates de Sinaloa, el cual tiene la peculiaridad de ser el primero en ser dedicado a un personaje de ficción. En el 2014 la serie sufrió la tropicalización de Televisa, en una producción que se llamó Metástasis. Luego se convirtió en Breaking Bad: Empire Business, vídeo juego para dispositivos móviles, disponible para las plataformas IOS y Android. Esta serie es un claro ejemplo de cómo una narrativa de este tipo fascinó al mundo entero por lo que se distribuyó de forma global gracias a la plataforma Netflix.
El más reciente éxito comercial es la serie producida y trasmitida por internet Narcos, que relata la vida de Pablo Escobar Gaviria y encuentra resonancia en Narcos: Cartel Wars, otro video-juego para dispositivos móviles. La idolatría por dichas figuras está en boga y se baña con las luces doradas de los reflectores, cobra valor como producto de exhibición que reporta ganancias millonarias. Las producciones citadas son parte de un sistema cultural que demuestra la fascinación por estos capos y no sólo es propia de México, sino que gracias a los nuevos medios de comunicación ha cobrado carácter global.

Sin embargo, mientras más reflectores los alumbran, más profundas son las sombras que proyectan como producto cultural en otros medios de difusión, donde figura la antítesis del narco dandy: la imagen del vencido, aquel que sufre los exabruptos del narcotráfico. Las proyecciones negativas reportan ganancias económicas para la industria editorial mexicana, coloquialmente conocida como nota roja, cuyas características son la exhibición del cadáver producto de la violencia, la exposición del dolor que lo exalta, la difusión de titulares impactantes que procuran la dramatización, la creación o reforzamiento de estereotipos; generan una iconografía del dolor y permiten una tipología cada vez más amplia del cadáver violentado, la que se nutre de cadáveres convertidos en sub-producto o desecho de la narco-máquina.

El aumento en la violencia ha traído consigo un incremento en la visibilidad los cuerpos. Efectivamente, la cobertura de la agresión sistematizada por parte de los medios de comunicación, la torna parte esencial de sus contenidos; si bien, estos atropellos forman parte de la comunicación en los medios, se basa en la puesta en escena, la invención de contextos donde exhibir formas simbólicas del dolor como promesa de castigo, estrategia que tiene concordancia con el programa pedagógico popularizado durante el barroco en Nueva España: la visión del flagelo y la tortura se exhibieron entonces sin decoro con fines tanto de comunicación como pedagógicos. En ambos casos, la función de la imagen ha sido la difusión y extensión del hecho violento, del tormento más que de la muerte.
Al igual que la narco-cultura, la nota roja desplaza los límites éticos y estéticos, no sólo políticos y legales. A lo largo de tres décadas hemos experimentado las formas en que se representa al narco y la violencia ejercida por este; la repetición de imágenes crueles en los medios de comunicación plantea una distancia anestésica que mitiga el dolor y la incomodidad que en otros tiempos estableciera un límite estético. El asco producido entonces marcaba una franca barrera entre lo que como sociedad podíamos, o nos permitíamos, ver y aquello que nos era invisible, insoportable. Ahora pagamos por consumirlo.

Si se ejerce una mirada retrospectiva sobre los medios de comunicación se hará evidente la progresión o territorialización de la violencia en las normas sociales que regulan el ejercicio de la visualidad, permitiendo el consumo de imágenes cada vez más crudas. Un indicio del desplazamiento de estos límites es la proliferación de diarios noticiosos de nota roja, el número de publicaciones de este tipo se ha incrementado exponencialmente en la última década, en la Ciudad de México se crearon Metro y El Gráfico y posteriormente se les sumó Basta. Pero el gran cambio se dio en los estados fronterizos del norte, desde Baja California hasta Tamaulipas, donde se originaron pequeños diarios participantes del negocio de la muerte y su difusión, los cuales proponen una nueva forma de hacer fotoperiodismo, muchas veces desde la falsa seguridad de un chaleco antibalas.
El contenido de la de nota roja imagina y modela, reproduce una serie de estereotipos, prejuicios y estigmas construidos alrededor de personas o lugares por medio de la presentación de la pobreza, evidenciada en la precaria condición de las víctimas y los detenidos. En dichas muestras, los cadáveres pierden toda dignidad, la falta de pudor es la lógica de su exhibición, desaparecer la calidad humana para hacer surgir el cuerpo anónimo, incapaz de contar más historia que la de su tormento y transmitir el mensaje del sometimiento al otro. En efecto, la nota roja se vuelve parte de la narco-cultura, no sólo al cubrir los crímenes resultantes del narcotráfico, dándoles difusión y extensión; sino al integrarse a la apología del desprecio a la pobreza, en ella se ve inscrito el repudio de lo que se es como pobre y que se trata dejar de atrás. La disposición escénica de la violencia es la expresión de ese profundo odio arraigado, es el grito que clama por la redistribución de las riquezas, clama por establecer un nuevo orden en las relaciones asimétricas del ejercicio del poder, donde se intercambia la condición de la violencia económica por violencia física.

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Bibliografía
Martínez Sánchez, Jesús. 2012. Suplicios, excesos y nota roja: elementos para pensar la violencia como acto significativo. Tesis de maestría, México, UNAM.
Reguillo, Rossana. 2011. “La narcomáquina y el trabajo de la violencia: Apuntes para su decodificación”. Instituto Hemisférico de Performance y Política. http://hemisphericinstitute.org/hemi/es/e-misferica-82/reguillo (Consultada el 20 de enero 2017)
Servín, Juan Manuel. 2008. A sangre fría: periodismo de morbo y frivolidad. México: Almadía.
Yépez, Heriberto. 2010. La increíble hazaña de ser mexicano. Una obra de superación nacional para reír y pensar. México: Editorial Temas de hoy.

Película
El hombre que vio demasiado. Dirigida por Trisha Ziff. 2015. México. 212 Berlín Films.