DIEGO MONTOYA COQUIS
Licenciado en Artes Visuales por la Facultad de Artes y Diseño
Antes de que se declarara la luz, la tierra estaba vacía y desordenada. Pero la palabra de Dios, se nos ha dicho, fue colmando ese espacio primigenio. De sus labios arrojó una luz niña e inadvertida que descubrió el mundo y cuyo esplendor realizó la primera escisión conocida de las cosas, arrinconó las tinieblas y se hizo espacio para alojar los cielos, la noche y el día, el agua, la hierba verde, la semilla, el árbol, el fruto y los seres de la tierra y los mares. Pero esta narración siempre nos ha parecido apresurada porque oculta muchas cosas, la gestación lenta y progresiva de las cosas. Quisiéramos que el relato nos contara con detenimiento los estadios intermedios, la creación de las primeras hojas, el dibujo y los planos de las primeras plumas y escamas. Por fortuna tenemos a Cy Twombly que pinta eso que el génesis oculta.
A Twombly, como sabemos, le interesan los procesos, los intersticios de la creación y la configuración. En sus cuadros asistimos a la tensión y al juego de fuerzas entre la nada y la luz, entre la mancha y el objeto, entre el lenguaje y el balbuceo, entre la emoción y el razonamiento. En su obra nada está enteramente formulado, nada se establece inconmoviblemente, todo se sugiere y puede borrarse al instante.
Sus cuadros son testigos de esta lucha que ya alguien caracterizó como lo propio de Apolo y de Dionisio. Nos golpea su ímpetu, nos agita el corazón y las manos, y nos mueven al garabato, a las profundidades del grafito y su maraña en el papel, nos muestra la pintura en su expansión absoluta: pintura, línea y espacio en lucha por alcanzar un nombre. En efecto, la poética de Twombly apela a lo informulado, a lo innominable, aquello que rebasa todas las pretensiones cognoscitivas de cualquier lenguaje.
Una vista al Otoño de Cy Twombly nos sugiere una eclosión, un fiat suspendido. El fondo de la pintura es una acumulación de tonos que se desdibujan, veladuras blancas que se superponen indiscriminadamente como un oleaje inquieto. En una esquina se sugieren unas ramas con sólo unas líneas que se cortan en la bruma ¿de dónde salen esas ramas, son recuerdos son sólo alusiones? Debajo de éstas, una nube arbórea que se dibuja en unos segundos y flota antes de disiparse o convertirse en algo distinto. A un costado de esas ramas irreales el artista nos indica dónde estamos, es otoño pero las palabras, como el tiempo, se desvanecen, ¿es, entonces, un texto o es sólo pintura, su tensión es hacia la letra puntual e incólume o hacia la ductilidad inasible de la pintura? ¿O son las dos cosas o ninguna? El espacio de Twombly nos mueve a un lugar mítico e inconcebible donde las cosas aún no se constituyen, donde aún no son apreciables las categorías porque aún no existen, donde todo muestra su pertenencia a una unidad primordial perdida.
Bien mirados, sus cuadros presentan un espejo de la creación de la vida, todo en Twombly es génesis y configuración; por eso hay que estar advertidos para acercarnos a sus cuadros, pues su luz relativiza todo aquello que creemos inmutable.