DIEGO MONTOYA

Licenciado en Artes Visuales, Facultad de artes y diseño

Introducción

Durante el siglo XVIII en los circuitos culturales de países como Francia, Inglaterra y Alemania se expande el movimiento intelectual conocido como La Ilustración , cuyos presupuestos se convertirán en los principios de posibilidad del derrumbamiento del llamado Antiguo Régimen, la organización social fundada en los privilegios del clero y la nobleza. La constitución de los Estados modernos, en consecuencia, sería impensable sin las ideas políticas de autores como John Locke (1632-1704), Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694-1778) o, incluso, Immanuel Kant (1724-1804). Entre los intelectuales más conspicuos de la Ilustración alemana encontraremos a Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), principal promotor de los ideales de la antigüedad griega en su siglo. En sus obras, dedicadas al estudio de la plástica griega, encontraremos una defensa comprometida de la dignidad del saber a través de una mirada entusiasmada hacia el arte antiguo. De este modo Winckelmann se transformará en el principal teórico de la estética Neoclásica, la estética que acompañará las ideas de la Ilustración.
Nuestro autor es el primer alemán en comenzar una identificación con lo antiguo a partir de los llamados “Studia Humanitatis” que dan continuidad al tópico de la dignidad del saber; a través de su mirada a las obras antiguas actualizará el concepto de mímesis aristotélico, pues ahora por mímesis se referirá a la imitación de las obras antiguas en escultura y pintura, propugna por una vuelta a los contenidos en el arte lo cual será su obra más perdurable.
En este breve ensayo, mostraremos una posible lectura de su pensamiento estético a partir de un texto fundacional, a saber, “Ideas sobre la imitación de las obras griegas en la pintura y en la escultura” de 1755. Las ideas presentes en este texto, en el cual sistematiza su pensamiento sobre el arte, se convertirán en la base ineludible de sus desarrollos futuros y fundarán la estética neoclásica dominante del siglo XVIII, una tendencia por la vuelta a la cultura griega clásica que se volverá en tópico recurrente en el pensamiento. Ante lo cual intentaremos dilucidar de qué manera pueden entroncarse sus ideas estéticas con el arte de nuestros días.

 

El clasicismo en la obra de Winckelmann

En los estudios sobre la obra de J. J Winckelmann, se consiga que nuestro autor es el iniciador de una tendencia Alemana por la admiración e identificación con la cultura clásica griega que encontramos en el pensamiento de Friedrich Schiller (1759-1805), Johann Wolfang Von Goethe (1749-1832) o Friedrich Hölderlin . Para nuestro autor hay una necesaria continuidad entre el arte griego y el arte alemán: “las más puras fuentes de arte han quedado así abiertas: feliz el que las encuentre e imite. Buscar estas fuentes quiere decir salir al encuentro de Atenas y, pues, Dresde se convierte desde ahora en una nueva Atenas”
Esta identificación y admiración alemana por las obras clásicas es comprensible si reparamos en la concepción de la antigua Grecia que será sistematizada y expresada con claridad en la obra estética de Winckelmann. En efecto, para nuestro autor, como para aquellos que secundarán su admiración y nostalgia, la antigua Grecia representará un estado ideal de la cultura y la civilización imposible de igualar, se pensará pues, que todas las épocas posteriores al clasicismo Griego no serán sino etapas truncas de ese arquetipo civilizatorio, del más alto y verdadero exemplum.
Consecuente con esta concepción enaltecedora de la cultura clásica, para Wincklemnann y sus pares, las producciones artísticas griegas serán las más bellas y perfectas posibles; así el estudio de la escultura clásica, será el punto de partida para iniciarnos en los puntos fundamentales de su teoría estética.
A partir del análisis de la escultura griega clásica, donde serán recurrentes los nombres de escultores como Praxíteles, Fidias o Calímaco, Winckelmann encontrará la reificación de las virtudes de la cultura Griega en su plástica, por ello la belleza de sus obras no sólo residirá en la forma sino que estará acompañada, en unidad indisoluble, por las cualidades morales que refleja la escultura. Evidentemente, en esta lectura de las obras clásicas, el pensamiento estético Platónico será fundamental. La teoría de la kalokagathia será central en el pensamiento de Wincklemann pues este supone una unión indefectible entre lo que es bello (καλός) y lo que es bueno, (ἀγαθός), así, belleza física y belleza del alma, reflejada en la moralidad, son los puntos de partida tanto del filósofo como del historiador ilustrado .
Efectivamente, las obras clásicas cumplirán con el ideal doble (moral y estético) de una “noble sencillez y serena grandeza” cuyo ejemplo paradigmático, según Winckelmann, lo podemos encontrar en el conjunto escultórico del Laocoonte (S. I d. c). Será en esta obra donde podremos observar una especie de “sufrimiento reposado” del sacerdote y de sus hijos que resulta de alguna manera ejemplar, como una manera de expresar una alta dignidad del espíritu. Así, la escultura clásica griega, al ser consagración de la perfección y la belleza, se convierte en modelo, en paradigma o arquetipo universal y eterno, características semejantes a las ideas platónicas. Desentrañar y exponer este sentido interno de las obras clásicas, así como abanderar la imitativa, será la tarea de la obra Winckelmaniana.
En efecto, ante la concepción de perfección absoluta del arte clásico, nuestro autor considerará que estas obras paradigmáticas no deberán ser sino replicada por los artistas de su tiempo, lo cual implica una confrontación con las teorías progresistas del arte y una toma de postura por lo antiguo en contra de la estética de lo moderno. La defensa de la imitación de las obras griegas implica la actualización del concepto de mímesis que fue sistematizado en la obra de Aristóteles. Como sabemos, para Aristóteles las artes miméticas serán la pintura, la poesía y la escultura : “respecto a la poesía es preferible una cosa convincente imposible a una cosa que no convenza y posible” De este modo, tanto en pintura como escultura, su función central serpa imitativa entendiendo esto como expresión de realidad. Para Winckelmann, la imitación del mundo natural pasará a segundo plano; propone que el artista del siglo XVII continúe un ejercicio mimético que parta sólo de las obras antiguas Griegas actualizando el concepto clásico de mímesis o proponiendo, en todo caso, una segunda mímesis.
El camino de todo arte genuino no podrá sino considerar las altas cumbres de la humanidad y, en consecuencia, será imitativo pues, señala Winckelmann, el arte de los griegos concentra de una manera más perfecta la belleza de la naturaleza, es decir, resulta una unidad insuperable de aquello que está disperso en el mundo natural: “la imitación de lo bello en la naturaleza o se limita a un asunto aislado o reúne las observaciones de diversos detalles haciéndolos uno” y “(…) la belleza de las estatuas griegas ha de descubrirse antes que la belleza de la naturaleza y que, por consiguiente, aquella es más impresionante y patética-no tan dispersa, sino más una-que esta otra” . Como vemos, para Winckelmann, la imitación de las obras griegas no sólo conduce a la imitación de la naturaleza sino a su mejoramiento, a su idealización, a la imitación de aquello que supera a la naturaleza misma pues, en el arte clásico, la naturaleza se encuentra realizada en acto perfecto.
El artista Polignoto de Tasos, pintor griego del siglo V a.C, es cercano a esta superación de la naturaleza que propone Winckelmann, pues enseñaba que en la práctica del retrato había que “conservar el parecido de las personas, mas hacerlas al mismo tiempo más bellas” . Esta idealización o mejoramiento de la naturaleza ocurrirá, en efecto, en la estatuaria clásica, a partir de aspectos formales, que enumera Winckelmann: lisura, continuidad y unidad en las formas. Winckelmann observa que estas características de la escultura clásica no estarán presentes en la naturaleza ni en el cuerpo humano, se trata de una invención que perfecciona a la naturaleza con sus cavidades, sus protuberancias o sus evidentes inconexiones de la superficie; en la escultura griega, señala, toda forma se presenta de una manera más armónica y perfecta.
El crítico ilustrado confirma que el arte mejora y está por encima de la naturaleza; esta superación del arte sobre la naturaleza será el camino de lo “bello universal”, la ruta que los griegos trazaron y que no puede sino ser replicada, imitada y aprendida para los artistas de su época, sean estos escultores o pintores, será el punto máximo del desarrollo de la técnica y pensamiento artísticos. Las bases de la estética neoclásica descansarán bajo estos principios sistematizados por Winckelmann.
“El Apolo presenta la suma de todo aquello que en la naturaleza se encuentra repartido, y en segundo lugar porque valdría la pena preguntarse hasta qué punto puede elevarse sobre sí misma-audaz pero sabiamente- la hermosa naturaleza (…) el artista mediante el descubrimiento de las bellezas de esta última, sabrá unir y armonizar tales bellezas con lo perfectamente bello, y con ayuda de las que, para él, son formas sublimes e inmutables, podrá adoptar su propia regla”

A partir de sus reflexiones sobre la escultura griega y de la imitación que esta debe suscitar en los artistas modernos, Winckelmann abundará sobre la pintura de su tiempo. En contra de la pintura europea de siglo XVIII, critica cierta carencia de contenidos que podría subsanarse con la inclusión del mundo griego que enriquecería de una manera ingente sus producciones. Así, de la pintura de su tiempo, considerará que debe ser alegórica, es decir, construirse a partir de símbolos o significados que remitan a un pasado más pleno. De este modo los pintores producirán “lienzos poéticos” donde se hará réplica de que “la pintura se refiere a cosas que no son sensibles; ellas constituyen su objetivo supremo (…)” . En este sentido uno de los pintores modernos que más admirará Winckelmann será Rafael pues en sus obras se cumplirán los preceptos estéticos estudiados por el alemán: unidad, equilibrio y simplicidad, será el más griego de todos los artistas Renacentistas, y de ese modo, el más venerable.
Sin embargo, este alto ideal, no se ha realizado en la pintura de su tiempo, pues ve en ésta una producción decadente por no seguir a la perfección el exemplum griego. Winckelmann será ciego ante los artistas más sobresalientes del siglo XVIII como Tiziano, el Greco o Rubens. Su propuesta, en pintura como en escultura, será la de propugnar por una vuelta a lo sublime a través de la alegoría clásica. La idea sobre la mayor parte de las obras de su tiempo será la de “pinturas ayunas de ideas”, vacías de significados interesantes pues la práctica pictórica se banaliza mediante la representación de lo perecedero y contingente, todo aquello ajeno a los Ideales de la cultura griega según la afortunada expresión de W. W. Jaeger.
La crítica a ciertas obras de su tiempo provocará la defensa de una pintura que supere lo meramente sensible y la inclinación por contenidos de alto contenido intelectual, pues en Grecia, según Winckelmann, el artista y el filósofo eran dos partes igualmente necesarias del mismo espíritu; de ahí que asiente que “todas las artes tienen un doble objetivo: deben deleitar a la par que instruir” , una idea que hacen de nuestro autor un pensador vigente pues es fácil relacionar su pensamiento neoclásico con las ideas del siglo XX post-duchamp y la crítica a las obras retinales, es decir, aquellas obras donde lo formal es el aspecto predominante por encima de las consideraciones discursivas que la obra entraña. Winckelmann, anticipando las ideas de Duchamp, asienta que “el pincel que maneja el artista tiene que ser mojado en inteligencia (…) la pintura debe hacer pensar más de lo que ella muestra a la vista (…)” De esta manera, “El conocedor tendrá materia en qué meditar y el simple aficionado aprenderá a pensar” Winckelmann propugna por una vuelta a la tradición clásica y, con ello, a sus contenidos nobles y lo hace confiado en que esta será la única vía posible de producción para sus días, estableciendo una segunda mímesis será la única garantía de perdurabilidad en el arte. Sin embargo, en esta vuelta a la tradición, en esta nostalgia por el arte de la civilización extinta, hay luces que apuntan y tocan la sensibilidad de nuestro siglo.

 

Winckelmann y lo contemporáneo

El siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, representará un tiempo de discusiones y diálogos intelectuales ininterrumpidos, entre ellos estará la polémica entre los Antiguos y los Modernos, es decir, aquellos que optaban por una salida estética moderna y aquellos, los del partido de Winckelann, que sólo concebían la vuelta a lo antiguo como una manera pertinente de producción artística. Winckelmann, como sabemos, toma postura por los antiguos en contra de la estética de los modernos, lo cual, tendrá implicaciones para el análisis del arte pues entra en franca confrontación con las ideas evolucionistas del arte propias de su época, aquellas que consideraban que el tiempo perfeccionaba la manera de entender el arte; su nostalgia y admiración por la antigua Grecia se vuelve un contrargumento para ciertas tendencias de su época. Además, su crítica apasionada de las obras clásicas, donde constantemente encontraremos calificativos como “nobles”, “suaves”, “sublimes”, “apacibles”, “exquisitas” para referirse a las formas de la escultura griega; representa un preludio de un tipo de crítica comprometida, del todo distinta a un prurito meramente arqueológico o erudito que ocurría en la historiografía del arte de su tiempo, con Winckelmann y su acercamiento extra-arqueológico y comprometido a las obras, será posible entender la tipología de crítica que propondrá Denis Diderot (1713-1784), el pensamiento estético de Charles Baudelaire (1821-1867) y todos los críticos comprometidos que vendrán después de ellos.
En efecto, una de las importantes aportaciones de nuestro autor es que hace una valoración estética de las obras, Winckelmann nos presenta el resultado de una recepción estética responsable pues en su obra surge de un análisis detenido, de la contemplación de un receptor entusiasmado, es por esto que Juan A. Ortega y Medina señale “su capacidad para dar cabida al misterio, a la duda y al entusiasmo conformaron su subjetivismo estético y dieron paso, según nos parece, a eso que hemos venido denominando su clasicismo prerromántico”
Ahora bien, sus ideas sobre una producción artística que gira el rostro a las obras de la tradición no pueden ser desdeñadas si consideramos que todo productor artístico tiene antecedentes de los cuales, necesariamente, aprende y contra los cuales se confronta. Al analizar detenidamente las tesis de Winckelmann sobre lo imponderable de la tradición (en este caso, nuestro autor se acoge a la tradición clásica) nos damos cuenta de que estas dos ideas son más cercanas a la sensibilidad e ideas contemporáneas sobre el ejercicio artístico de lo que en un primer contacto a la obra del pensador neoclásico podríamos considerar. Será así que la obra de Winckelmann se volverá obligada en los estudios del arte pues representa una encrucijada, un punto de inflexión, que permite pensar dos frentes distintos: el pasado y el presente; por un lado apunta a la tradición clásica y a su evaluación casi deontológica del ejercicio artístico que deberá partir de la imitación de la plástica griega; mientras que el segundo punto, el presente, representa sus perspectivas vigentes, pues tenemos que sus ideas ayudan a la conformación de la sensibilidad romántica y un tipo de crítica comprometida con el objeto artístico, consciente de la imposibilidad de la objetividad y, por otro lado, su perspectiva intelectualista que propone sobre la pintura resultará un antecedente al cual debe mucho, a sabiendas o no, toda práctica artística contemporánea. De este modo la obra de Winckelmann y sus perspectivas de análisis, surgidas del iluminismo del siglo XVII, se encentran en un intersticio que ayuda a comprender la concepción del pasado y los procesos de las prácticas artística actuales. Así, es posible considerar que toda nuestra apreciación del arte está, de algún modo subrepticio, tamizado por el ojo y el pensamiento crítico de Johann Joachim Winckelmann.


FUENTES DE INFORMACIÓN

  • Goethe, Johann Wolfgang von, “Winckelmann”, en Obras completas, tomo II, Madrid, Aguilar, 1975.
  • Hölderlin, Friedrich, Poemas, Madrid, Cátedra, 2011.
  • Lessing, Gotthold, Laoocoonte, o sobre los límites de la pintura y la poesía, Madrid, Herder, 2014.
  • Kant, Immanuel, “Qué es la ilustración” en Cassirer, Ernst, Filosofía de la Ilustración, México, F.C.E, 1983.
  • Winckelmann, Johann Joachim, Historia de las Artes entre los antiguos, En línea: http://www.realacademiabellasartessanfernando.com/assets/docs/winckelmann/introduccion_estudio_preliminar_y_prologo-winckelmann.pdf (consulta: 11 octubre de 2017)
  • Winckelmann, Historia del arte en la antigüedad, Madrid, Akal, 2011
  • Winckelmann, De la belleza en el arte clásico, México, UNAM, 1959.
  • Uscatescu, Jorge, “Johann Joachim Winckelmann, un perfil” En línea: http://interclassica.um.es/var/plain/storage/original/application/e4a328a999f583cc430603e8b882daf8.pdf. (Consulta: 10 Octubre 2017).